Filipinas – Palawan, Coron

El trayecto en el barco que nos lleva a Coron se nos hace eterno. El mar estaba tranquilo, pero hacía mucho calor y tardamos casi ocho horas. Un rollo!

De nuevo, todo está súper bien organizado, aunque nunca ningún transporte sale puntual.  Llegamos al muelle, incluso hacemos check-in, vamos hacia el barco y nos hacen ponernos a todos el chaleco salvavidas. Muy bien! Lo gracioso es que en cuanto abandonamos el puerto, todo el mundo se levanta, se lo quita y lo usa como respaldo. Fue como si el capitán de un avión apagara la señal de cinturones. Muy divertido.

Coron no tiene muy buena fama, pero a nosotras nos encanta desde el primer momento. Es muy auténtica y estamos mucho más expuestas a la manera de vivir de los filipinos. La ciudad es famosa por el buceo principalmente. En 1944, quince barcos japoneses de la Segunda Guerra Mundial se hundieron cerca de su costa. Atraen a buceadores de todo el mundo y, claro, nosotras no podíamos ser menos. Hacemos un día de inmersiones. La Ro empieza más tímidamente, sólo en el exterior del pecio, pero en la segunda inmersión, también se atrevió a meterse dentro. Es bastante emocionante, la verdad, y una se siente muy aventurera, ahí abajo, con la linterna, nadando entre esos enormes esqueletos metálicos.

Coron está en la costa, en la isla de Busuanga, pero no tiene playa. Las casas están construidas sobre el agua, ganando terreno al mar y para acceder a las que están en primera línea, hay que pasar por un entramado de casas de bambú, pasarelas y barrizales. Otra de las características de la ciudad es la precariedad de la red eléctrica. Nunca se sabe cuándo va a haber electricidad, es totalmente imprevisible. Por eso, la mayoría de hostales y restaurantes tienen su propio generador. Por la noche, llama la atención que todas las tiendecitas en la calle se iluminan con velas y también la mayoría de las casas. Todo está muy oscuro, las farolas no funcionan y al principio resulta extraño, pero es sólo cuestión de costumbre.

También visitamos las termas y creo que fue el día más caluroso de todos los que pasamos en Coron, con lo cual, la temperatura del agua a más de 40 grados era casi insoportable.

Conocemos a varios viajeros: Vicente, un filipino afincado en EE.UU descubriendo su país a los 70 años; Dallas, un australiano muy divertido y algo excéntrico; y Phillipe, un profesor de francés en Qatar con el acento más gracioso que os podáis imaginar. Un grupo genial para hacer excursiones en barco, cenitas y sobremesas eternas.

Visitamos el impresionante Lago Kayangan, al que se accede en barco y luego trepando unas escaleras de roca que te llevan a un paraíso de agua verde cristalina. Dicen que es el lago más limpio del mundo y al estar sobre un volcán subterráneo, las capas de agua fría y caliente se mezclan y es muy curioso nadar en sus aguas.

Entre los locales con los que hacemos amistad están: Ricardo, un guía turístico que con tal de vendernos un tour, nos llevaba en moto por la ciudad; Leia, un encanto de mujer que vendía pollo frito en la calle; y Julien, un conductor de triciclo con el que pasamos varias aventuras. Se nos rompió la cadena del vehículo en plena lluvia en dirección a la playa, tuvimos que correr entre el lodo y llegar empapadas hasta que su hermano nos vino a buscar, eso sí, dos horas más tarde.

Julien también nos llevó a ver las peleas de gallos el domingo. La Ro no quería ir y la verdad es que yo tampoco estoy de acuerdo con la crueldad animal, pero es una parte tan grande de la cultura filipina que quise verlo, por lo menos una vez. Julien nos iba explicando todo, desde cómo se decide quién lucha contra quién, las apuestas, la colocación de la navaja en la pata del gallo, etc. Fue una experiencia interesante.

Hemos pasado casi una semana en Coron y gracias al milagro de los vuelos baratos, nos podemos ahorrar el barco de vuelta y el autobús, y encima nos sale mejor de precio. Volamos de nuevo a Puerto Princesa, se acerca el final del viaje.

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